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2º bach. Texto de Larra: Un reo de muerte.


[...] Llegada la hora fatal, entonan todos los presos de la cárcel, compañeros de destino del sen­tenciado, y sus sucesores acaso, una salve en un compás monótono, y que contrasta singularmente con las jácaras1 y coplas populares, inmorales e irreligiosas, que momentos antes componían, junta­mente con las preces de la religión, el ruido de los patios y calabozos del espantoso edificio. El que hoy canta esa salve se la oirá cantar mañana.
En seguida, la cofradía vulgarmente dicha de la Paz y Caridad recibe al reo, que, vestido de una tú­nica y un bonete amarillos, es trasladado atado de pies y manos sobre un animal, que, sin duda por ser el más útil y paciente, es el más despreciado2, y la marcha fúnebre comienza.
Un pueblo entero obstruye ya las calles del tránsito. Las ventanas y balcones están coronados de espec­tadores sin fin, que se pisan, se apiñan y se agrupan para devorar con la vista el último dolor del hombre.
—-¿Qué espera esa multitud? —diría un extranjero que desconociese las costumbres—. ¿Es un rey el que va a pasar, ese ser coronado, que es todo un espectáculo para un pueblo? ¿Es un día solemne? ¿Es una pública festividad? ¿Qué hacen ociosos esos artesanos? ¿Qué curiosea esta nación?
Nada de eso. Ese pueblo de hombres va a ver morir a un hombre.
—¿Dónde va?
—¿Quién es?
—¡Pobrecillo!
—Merecido lo tiene.
—¡Ay!, si va muerto ya.
—¿Va sereno?
—¡Qué entero va!
He aquí las preguntas y expresiones que se oyen resonar en derredor. Numerosas piquetes de in­fantería y caballería esperan en torno del patíbulo. He notado que en semejante acto siempre hay al­guna corrida; el terror que la situación del momento imprime en los ánimos causa la mitad del desorden; la otra mitad es obra de la tropa que va a poner orden. ¡Siempre bayonetas en todas par­tes! ¿Cuándo veremos una sociedad sin bayonetas? No se puede vivir sin instrumentos de muerte! Esto no hace por cierto el elogio de la sociedad ni del hombre.
No sé por qué al llegar siempre a la plazuela de la Cebada3 mis ideas toman una tintura singular de melancolía, de indignación y de desprecio. No quiero entrar en la cuestión tan debatida del dere­cho que puede tener la sociedad de mutilarse a sí propia; siempre resultaría ser el derecho de la fuer­za, y mientras no haya otro mejor en el mundo, ¿qué loco se atrevería a rebatir ese? Pienso sólo en la sangre inocente que ha manchado la plazuela; en la que la manchará todavía. ¡Un ser que como el hombre no puede vivir sin matar, tiene la osadía, la incomprensible vanidad de presumirse perfecto! Un tablado se levanta en un lado de la plazuela: la tablazón desnuda manifiesta que el reo no es noble. ¿Qué quiere decir un reo noble? ¿Qué quiere decir garrote vil4? Quiere decir indudablemente que no hay idea positiva ni sublime que el hombre no impregne de ridiculeces.
Mientras estas reflexiones han vagado por mi imaginación, el reo ha llega­do al patíbulo; en el día no son ya tres palos de que pende la vida del hombre: es un palo sólo; esta diferencia esencial de la horca al garrote me recordaba la fábula de los carneros de Casti, a quienes su amo proponía, no si debían mo­rir, sino si debían morir cocidos o asados. Sonreíame todavía de este pequeño recuerdo, cuando las cabezas de todos, vueltas al lugar de la escena, me pusie­ron delante que había llegado el momento de la catástrofe; el que sólo había robado acaso a la sociedad, iba a ser muerto por ella; la sociedad también da ciento por uno: si había hecho mal matando a otro, la sociedad iba a hacer bien matándole a él. Un mal se iba a remediar con dos. El reo se sentó por fin. ¡Ho­rrible asiento! Miré al reloj: las doce y diez minutos; el hombre vivía aún... De allí a un momento una lúgubre campanada de San Millán6, semejante al estruendo de las puertas de la eternidad que se abrían, resonó por la plazuela; el hombre no existía ya; todavía no eran las doce y once minutos. "La sociedad, exclamé, estará ya satisfecha; ya ha muerto un hombre."

1 jácaras: músicas para cantar o bailar; ! el burro; 3 plazuela de la Cebada: las ejecucio­nes se hacían en la calle, y concretamente en Madrid en esa céntrica plaza; " garrote vil: en la época de Fernando Vil, la horca había sido sustituida por el garrote, procedimiento por el que se ejecutaba a los condenados estrangulándolos mediante una argolla sujeta al cuello. Habla tres tipos: el ordinario, que se imponía a personas del estado llano; el vil, que castigaba delitos infamantes sin distinción de clase; y el noble, para los hidalgos; ''Casti: Giambattista Casti (1724-1803), autor de la tabula épica Gli animali parlali (Los animales parlantes); 6San Millán: iglesia construida a principios del siglo xix en el lugar de una antigua ermita del mismo nombre, en la madrileña calle de Toledo.